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El destino de Nathaniel Rateliff cambió para siempre una Semana Santa de 1997, en una reserva de los indios hopis, cuando dijo a sus compañeros misioneros que ya no creía en Dios. Tenía 18 años y unirse a aquel grupo de evangelizadores cristianos le había parecido la mejor forma de escapar de Hermann, Misuri, su asfixiante hogar en la América profunda. “Aquello me ayudó a convertirme en agnóstico”, recuerda. “Uno de los misioneros quería realizar un servicio al amanecer para un grupo de indios, que no tenían el menor interés y, además, estaban dormidos. Aquello era tan arrogante y maleducado que comprendí que teníamos que estar equivocados. Así que decidí que, en vez de tener miedo a lo que Dios quisiera, empezaría a hacer lo que yo mismo pensaba que era mejor para mí. Y las cosas se volvieron más fáciles”.
No parece que Rateliff esté pensando en evangelizar a nadie esta noche. Baila con los componentes de su nueva banda, Los Sudores Nocturnos, al grito de “¡Hijo de puta, ponme otro trago!”, el estribillo del single de su nuevo disco. Pero sí tiene un aire de predicador. Lo sagrado y lo profano se mezclan en Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, su salto del folk íntimo al soul expansivo, editado por la legendaria Stax.
Los padres de Nathaniel eran músicos de iglesia. Ella tocaba la guitarra, y él, la armónica. En su séptimo cumpleaños le compraron una batería, con la que empezó a tocar en la banda familiar.
Un domingo en la iglesia, cuando Nathaniel tenía 14 años, el pastor interrumpió el sermón, les cogió a él y a su madre y se fueron todos al hospital. Un coche se había chocado con el de su padre. Cuando llegaron a urgencias, el padre ya había fallecido. “Fue muy duro”, recuerda. “Dejé el colegio y me puse a trabajar en una tienda de ultramarinos. Y empecé a interesarme también por la guitarra. Mi madre me enseñó tres acordes y yo seguí desde allí. También descubrí la colección de discos profanos de mi padre, de cuando era joven, que guardaba en cajas en el garaje. Así le conocí más a él, y también conocí la música”.
A las pocas semanas de fracasar su primer intento de huida, y de renunciar a Dios como un viejo bluesman, Nathaniel volvió a marcharse. Se fue a Denver con su mejor amigo y cómplice musical, Joseph Pope III, y formaron una banda de blues, mientras trabajaba en una compañía de camiones.
Los primeros años no fueron un camino de rosas. “A los 22 años a Joseph le diagnosticaron cáncer y, casi al mismo tiempo, la chica con la que solía verse en la época se quedó embarazada de él y se vino a vivir con nosotros”, recuerda. A pesar de todo siguieron tocando. Joseph lleva años sano y hoy es el bajista de Los Sudores Nocturnos.
La banda de blues que tenían, Born in the Flood, se hizo grande en Denver. “Pero llegó un momento en que no podía ir más allá”, explica Nathaniel. “Me sentía estancado y empecé a escribir canciones y a grabar solo. Formé una banda pequeña y, de repente, estaba tocando en Nueva York y firmando un contrato discográfico”.
En 2010 publica In Memory of Loss, un disco de folk íntimo que le abrió las puertas de Europa. Pero toda la expectación y las promesas se quedaron en uno de esos hypes de una industria que salta de un éxito efímero a otro. Hasta el punto de que le costó encontrar sello para su siguiente disco, con el revelador título de Falling Faster Than You Can Run (“cayendo más rápido de lo que puedes correr”). Tanto le costó, que acabó autoeditándoselo en 2013.
Por entonces bebía demasiado. “Tener problemas emocionales te puede ayudar a crear material, pero también te lleva a beber más”, explica. “Y desde luego, despertarte con resaca no te da unas ganas tremendas de ponerte a escribir canciones. Estar sobrio ayuda a la inspiración”.
Su vida personal también renqueaba. Reservado, Nathaniel escribía sobre aquellas cosas que era incapaz de decir en la vida real. “Si le preguntas a mi mujer te dirá que no soy el mejor comunicador del mundo”, reconoce. “En las canciones sigo hablando de arruinar mi matrimonio, de beber demasiado, de estar enamorado y de necesitar ser amado. A veces escribo una canción sin saber muy bien de qué va. Solo más tarde me doy cuenta de que habla de eso de lo que no me atrevo a expresar”.
De la misma forma, sin planearlo demasiado, empezó a escribir soul. “Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo”, dice, “pero no había encontrado la manera de que encajara con mi estilo. Así que lo hice desde cero. Escribí un par de canciones, las toque con mis amigos, nos gustó cómo sonaban y, en poco tiempo, contaba con un montón de material”.
Así surgieron Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, cuyo disco homónimo se publicó este verano. Viéndole en directo se comprende cuánto disfruta Nathaniel respirando ese aire soul. Y de un relativo éxito, esta vez sin castillos de naipes, que le permite vivir de su pasión. “Vivimos en una pequeña casa alquilada, la misma desde hace 12 años”, explica. “Acaban de subirnos la renta a 800 dólares (716 euros) al mes. No tengo deudas, y siempre me han pagado por lo que he hecho. Accidentalmente, planeé las cosas bien. Pensaba que era un irresponsable por no tener una tarjeta de crédito, pero resultó que aquello me ha ayudado a largo plazo. Durante un tiempo, además de tocar, hacía algo de jardinería. Me pagaban 20 dólares la hora y me gustaba. Pero la persona para la que trabajaba murió hace dos años. Ahora tengo mi propio jardín y solo hago música”.
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